Como resultado de la eurocrisis, el FMI ( Fondo Monetario Internacional) y su directora ejecutiva Christine Lagarde han alcanzado una enorme estatura en Europa.
Sin el dinero y asesoramiento del FMI la eurozona podría haberse desmembrado; durante los últimos tres años, Alemania y el FMI han insistido en que los receptores de ayuda ( principalmente Grecia y Portugal) deben reducir el gasto público y aumentar los impuestos.
Pero últimamente Lagarde ha sostenido que demasiada austeridad podría ser contraproducente.
Un viraje del FMI transformaría el debate en Europa. Pero el hecho de que la organización esté tan inmiscuida en los asuntos europeos causa controversias dentro y fuera del continente y podría ser fuente de discordancia entre el Fondo y el Banco Mundial, reunidos esta semana en Washington en la asamblea de primavera.
Más de la mitad de los créditos del FMI van a la eurozona, desde prácticamente cero hace unos años. El FMI contribuyó con un tercio del dinero para rescatar a países como Portugal y Grecia.
Gobernantes y ciudadanos de estos paises además de Irlanda, se han quejado de las condiciones que el FMI, como parte de la llamada troika, impone a cambio de los préstamos.
Además de los recortes presupuestarios y subas de impuestos, se presiona a los gobiernos para medidas impopulares como la eliminación de protecciones contra despidos. Aun cuando el FMI pueda estar replanteándose su posición respecto del ajuste, seguirá poniendo condiciones estrictas.
No obstante, el poder del FMI no es absoluto; cuando les presta a países en desarrollo en problemas , su función tradicional, es típícamente el mayor acreedor, con un papel dominante en la toma de decisiones. En Europa es un acreedor minoritario, con menos peso financiero que la UE, situación incómoda según algunos observadores del Fondo.
En síntesis, el FMI tiene más peso en el manejo de la crisis que muchos miembros de la eurozona, y Lagarde se ha transformado casi en una jefa de Estado, cuyas opiniones influyen más que la de muchos gobernantes electos.