Es imposible referirnos a la tasa sin antes hacer mención de la inflación. Si definimos a esta última como el aumento continuo y generalizado de los precios de bienes, servicios y factores productivos; la tasa podríamos conceptualizarla como el coeficiente que nos permite comparar o establecer la relación de ese incremento de precios en un determinado lapso de tiempo.
Al ser un elemento esencial de la inflación, la tasa también posee una relación inversamente proporcional (o también llamada indirecta) con el poder adquisitivo de las personas. Es decir, mientras más crezca la tasa de inflación, menor será el poder de compra de bienes y servicios de la población. A modo de ejemplo, si un kilogramo de café cuesta hoy 5.000 pesos y el próximo mes 7.500, la tasa inflación es de un 50%. Esto significa que comprar el mismo producto al mes siguiente requiere de un esfuerzo extra, en dinero, de un 50%.
Existen tres clasificaciones básicas para las tasas, las cuales varían entre si según el grado de alteración que sufren en cierto plazo de tiempo. A saber:
- Tasa de inflación moderada: los precios suben de manera paulatina. Cuando los precios son relativamente estables, las personas se fían de este, colocando su dinero en cuentas de banco.
- Tasa de inflación galopante: surge cuando el índice asciende en dos o tres dígitos por año. Ejemplo: 30%, 100%, 130%. Al perder el dinero su valor rápidamente las personas tienden a no tenerlo más de lo necesario, es decir, que se produce un impacto directo sobre la liquidez, haciendo que la misma disminuya considerablemente.
- Hiperinflación: suele darse en economías frágiles incapaces de hacer frente al incremento desmedido de los precios. Doctrinariamente se habla de hiperinflación cuando el indicativo ronda el 1.000 % anual, aunque en la práctica subidas del 600% o 700% la provocan. La principal causa de este tipo de tasa de suele ser debido a que los gobiernos financian sus gastos con emisión de dinero sin ningún tipo de control.